viernes, mayo 22, 2009

Hable con Dios...

Llevo días intentando asimilar lo que me ocurrió el pasado Domingo. Es más, no sé ni cómo comenzar a narrarlo, y mucho menos, cómo relatarlo sin que parezca un texto de ciencia ficción.

¿Alguna vez habéis pensado que diríais o que haríais si tuvierais a Dios sentado a vuestra vera? A mi me ocurrió, y pasó dos horas sentado a mi lado.

Estaba yo en mi parque favorito como cada tarde, sobre el césped, descalzo, tomando el sol y escribiendo mis pensamientos y proyectos cuando un hombre se acercó a mí. No era un hombre cualquiera. Era un hombre que ya había visto anteriormente merodeando por la calle Fuencarral. Es más, recuerdo el verano pasado cuando paseaba con mi madre y a ella le resultó llamativo el aspecto que este hombre portaba y me lo comentó entre risas. Era un hombre bohemio, de avanzada edad, con aspecto informal pero arreglado y con unos aires hippys bastante impropios como para ser un español de esa edad. Nos recordó a un viejo amigo de la familia, Donald Levitt, un judío hippy americano que aterrizó en nuestra casa hará unos 30 años y con el que aun guardamos un estrecho lazo de amistad.

El caso es que este hombre, portador de una larga melena blanca y una tupida barba del mismo color se puso frente a mí. Lo miré y me hizo un gesto o un ademán de pedirme permiso y así sentarse a mi lado. No lo dudé. Parecía inofensivo. El hombre se descalzó y se sentó conmigo. Con total naturalidad, me cogió la mano mientras que su penetrante mirada de color azul pastel que delataba una avanzada edad, unos 75 años calculo, no dejaba de mirarme. En ese momento creo que en cierta manera me hipnotizó. Esa mirada me llenó de energía y una especial y extraña sensación de paz interior que no había vivido nunca. Eran las 7 de la tarde.

Yo le dije, Hola, ¿qué tal?. No fue una pregunta muy brillante, pero de alguna manera tenía que empezar la conversación y así descubrir que quería este hombre. O bueno, quizás al aceptar su invitación de sentarse a mi lado quise descubrir si era tan interesante como aparentaba ser. Muchos ya conoceréis lo mucho que me gusta conversar con gente que no conozco de nada y que me da la sensación de que me va a aportar alguna visión interesante de la vida. Ya sea una prostituta rumana de la calle Montera a la que me gusta escuchar y que me relate su vida, un transexual sentado en la calle Hortaleza o algún politoxicomano de la plaza Chueca que me cuenta como fue su vida antes de caer en la droga. Soy así!

El caso es que el hombre no me contestó. Me miraba pero no decía nada. Proseguí hablando a ver si contestaba en algo y me di cuenta de que era tarea en vano. El hombre no hablaba. Sus gestos y miradas contestaban por él. Pensé que sería mudo o que quería que yo me explayase para así analizarme mejor. Aun no entiendo el porque de su silencio. Miró el cuaderno en el que yo escribía. Lo señaló e interpreté que quería verlo o utilizarlo. Así fue. Me pidió permiso para tomarme el bolígrafo y comenzó a escribir.

El hombre con aspecto de viejo sabio empezó a dibujar un circulo y a escribir palabras sobre él. Hablaba de algo llamado “DEATH integración”, situación en la que aseguraba que yo me encontraba. Luego hablaba de que estábamos rodeados de agujeros negros, que debíamos caer en agujeros del presente y lo entrelazaba con frases en inglés como: Getting bit crowded massf. Lo fue uniendo todo hasta escribir frases como: La desinfección se convierte en la Death integración con el entorno. Si quieres enseñar lo que tu sabes, no aprendes nada de lo death conocido que está debajo y del otro lado. El papel acoge cualquier mentira escrita que no tiene opción pero que el ojo intenta imponerse a la mente del otro que pasa al vacío del otro lado.

Llamadme superficial o poco profundo pero el caso es que yo no entendí nada de lo que este hombre intentaba decirme. Luego empezaba a describir la situación que estábamos viviendo esa tarde, que lo denominaba como “experiencia” , “trabajo del amor” o a veces lo llamaba “Intercambio de ayuda”. El caso es que el hombre me siguió pareciendo interesante y me apetecía seguir leyendo lo que escribía sobre mi cuaderno de Pocoyó. Era curiosa su forma de escribir. Cambiaba de dirección constantemente, lo mismo escribía de izquierda a derecha, de que arriba abajo que lo hacía en espiral. Solo se podía entender lo que escribía si seguías la lectura al momento. No tenía ningún orden lineal y mucho menos lógico.

Hubo frases maravillosas como aquella que decía: Si atiendes a tantas funciones bobas, te conviertes en bobo. O esa que decía que no hay que aguantar sino que hay que disfrutar de ser (casi) invisible.

Luego, a este hombre, le dio por analizarme y aseguró que en mi mirada se veían ganas ser querido y admirado a lo que prosiguió escribiendo: Brotes de vanidad y deseos de popularidad hay en tus deseos. Nunca desees ser querido por el resto ya que si así fuera te asarían y te comerían como a un cordero. Los ídolos son dioses incultos que son adorados pero nadie se acerca a ellos salvo los piojos y otros entes y personas que te chupan la sangre y te roban la energía.

En ese momento descubrí la sabiduría que escondían esas manos arrugadas y esa profunda mirada que me revitalizaba y me llenaba de energía y fuerza cuasi sobrenatural. Muchos pensaréis que llegados a este momento me estoy volviendo loco, pues creo no es para menos con lo que os voy a relatar ahora.

Pasados unos 50 minutos de lección de vida, se paró, me miró una vez más a los ojos y me hizo la siguiente pregunta: ¿Qué relación tienes tú con Dios? Y le respondí que menos de la que yo quisiera. Sonrío y me dejó helado con la siguiente pregunta: “¿Puedes prometer decir a nadie que has visto utilizando gafas a DIOS?” Yo me quedé perplejo ante la pregunta. ¿Qué insinuaba? Que era el mismisimo DIOS? …

Poco después apareció frente a nosotros un amigo mío que se quedó extrañado ante lo raro de mi compañero de césped. Su cara revelaba que no daba crédito a lo que estaba viendo y yo les invité a que se sentaran con nosotros. Rechazaron mi invitación y fueron estos los que me invitaron a mi por si necesitaba ayuda para huir de ahí. Decliné la oferta. Yo sabía que nada malo me podía pasar con este sabio hombre alado.

Proseguimos con su enseñanza de vida y me pidió que escribiera en mi cuaderno tres necesidades de las cuales carezco en mi vida. Me costó mucho pensarlas y llegar a ellas, pero rápidamente las plasmé allí. Se quedó pensativo mientras las leía. Acto seguido me pidió que firmara ese trocito de hoja, lo arrancó y lo guardó en una carterita de cuero que escondía en su bolsillo. Aquella cartera ya contenía unos cuantos trozos más de papel, signo de que portaba los deseos de mucha gente. En ese papelito anotó la fecha y le puso el número 9080. Al segundo escribió lo siguiente: “Lo que falta en este contrato de trabajo 9080 para Diego será concedido a condición de que lo ofrezcas y compartas antes de que te lo pidan y sin esperar nada a cambio”.

¿No os parece mágico? La energía, el sosiego y la espiritualidad fluían a lo largo de las dos horas que estuvimos ahí escribiendo. El hombre prosiguió escribiendome sobre la crueldad humana, me hablaba de historia, denunciaba la perversidad diabólica del dinero y lo material y se enfadaba escribiendo sobre el egoísmo del individuo. Sinceramente, fue una conversación no verbal que me aportó mucho.

Ya se hacía tarde, el sol se había escondido y el calor ya brillaba por su ausencia. Le dije que debía irme. Me preguntó con quien cenaría esa noche pero me pareció excesivo aceptar su invitación. Todo tiene un limite y sinceramente me negué a cruzar esa fina línea entre lo divertido, lo que aporta y el sobrepasar ya mi espacio vital. El hombre era inofensivo, pero la verdad es que no me dio buen rollo ese afán de entrar a mi vida.

El hombre de melena albina que desprendía un fuerte olor a exóticas especias aromáticas aceptó mi decisión y me dijo que no me preocupara, eso sí, me dejó escrito lo siguiente: “Lo que te falta, porque te vas ahora puedes alcanzarlo, comprenderlo y compartirlo si nos buscas y visitas en C/ xxx, sin citas ni pretextos pero con el deseo de ayudar o el ruego de conseguir ayudar es una buena continuación de este trabajo que hemos compartido contigo sin superiores económicos. Eso te hace amable y coherente y capaz de salvar la vida a otras personas. La tuya ya está salvada o perdida por haber compartido la semilla del árbol de la sabidurealidad divinatural con el autor de estas cosas e ideas”.

Cuando le pregunté su nombre me contestó contundente: Nombre genérico SER HUMANO, a veces BEN ADAM que en hebreo significa Lo mismo.

Muchos pensareis que era el mismísimo DIOS, otros en cambio pensareis que no es más que un loco bohemio que comparte sus conocimientos y sabiduría, y otros tendréis la convicción de que se trata de un intento de captación sectaria. Yo la verdad es que no sé lo que fue realmente. Solo puedo describir la situación como satisfactoria, que me llenó de una extraña energía y paz anteriormente no conocida y que por muchas más frases que guardaré para mí, este hombre despertó la espiritualidad en mi. Es posible que yo no esté pasando mi mejor momento y que soy presa fácil para captaciones sectarias, por lo que dudo mucho que me acerque hasta la dirección que me dejó, o quizás sí, bueno, no lo sé.

Ben Adam se despidió de mi dándome las gracias por haber compartido mi soledad con él. Mientras, me dio un reconfortante abrazo en el que sentí como me recargaba de vida y energía. Se lo agradeceré siempre. Por el momento, me quedo con la duda de si era realmente DIOS quien me abrazaba o que es lo que me ocurrió aquella tarde, pero habitual no fue. Y pensándolo mejor, ¿Cuándo han sido habituales y normales las cosas que me ocurren en la vida? Quizás las propicie yo, no sé, quizás también sean las cosas que me hacen especial…

Diego de la Viuda

2 comentarios:

Anónimo dijo...

He intención de publicar algo como esto en mi página web y me dio una idea. Saludos.

Anónimo dijo...

Tengo algo de sabiduría maravillosa.